¿Por qué quieren gobernar Bolivia?

Esa y otras preguntas por el estilo habría querido hacer a los candidatos durante sus campañas. ¿Qué motiva a alguien a asumir el desafío de gobernar un país como este —lastimado y quebrado en muchos sentidos y con un sinfín de conflictos por resolver—? Sospecho que, de haber preguntado, no habría obtenido una respuesta del todo honesta. Pero yo sí tengo razones, quizá poco racionales, para imaginar el deseo de gobernar… y también de ser la conciencia de quien lo haga.

La respuesta es simple, aunque suene a lugar común: somos un país demasiado hermoso, con gente extraordinaria en cada uno de sus rincones, por la que vale la pena el esfuerzo. Y aunque entiendo que los temas urgentes son la inflación, las divisas, los hidrocarburos o las reservas internacionales, incluiría en la agenda una tarea esencial: reconstruir el tejido social a través del arte y la cultura. Es uno de los grandes desafíos, y el más humano.

Con esa convicción, me aventuro a dejar ese y otros deseos, como mensaje en una botella lanzada al río.

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No me quiero ir de aquí

¿Puede el arte ser una herramienta virtuosa para el activismo, la memoria y —además— la economía? La reciente residencia artística del boricua Bad Bunny ha probado que sí; estos son algunos datos relevantes.

Un solo escenario, un solo país, un artista y su pueblo. En el lapso de 71 días, entre julio y septiembre, Bad Bunny realizó 31 conciertos, logrando agotar todas las entradas. En enero se vendieron 400.000 boletos en menos de cuatro horas, luego de anunciarse el evento. Se estima que la residencia convocó a más de 600.000 asistentes y a más de 30 artistas invitados que lo acompañaron en escena, agregando momentos únicos a cada evento. Participaron estrellas del género urbano puertorriqueño y leyendas de la música latina, con nombres como Marc Anthony, además de artistas emergentes locales y grupos folklóricos. El impacto de la residencia trascendió la música, atrayendo incluso a celebridades internacionales, pues en distintas noches fueron vistos e invitados al escenario figuras como el baloncestista LeBron James y el futbolista Kylian Mbappé, la actriz Penélope Cruz y el productor DJ Khaled, entre otros.

El concepto “No me quiero ir de aquí” se planteó como un homenaje a Puerto Rico y a las raíces del artista, para lo que incorporaron diversos elementos, soportes y contenidos que apuntaban a reafirmar la identidad local. El montaje incluyó una enorme pantalla digital, que cada noche mostraba frases y datos históricos. En síntesis, todo el diseño y producción logró crear la atmósfera de un gran espectáculo mundial, pero con esencia local.

Bad Bunny (de quien no soy fan, debo reconocer) pudo hacer una gira itinerante por los Estados Unidos y otros escenarios más comerciales, pero optó por una residencia fija en su país.

El impacto sin precedentes

Se estima que toda la serie de conciertos inyectó entre USD196 y USD 380 millones de dólares a la economía local, además de generar miles de empleos. Este rango comprende tanto los ingresos directos por venta de boletos (aproximadamente 97 millones) como el gasto turístico en alojamiento, transporte, gastronomía y compras de visitantes locales y extranjeros. La afluencia de público foráneo y de la diáspora fue tal que la ocupación hotelera en San Juan aumentó un 70% en julio y agosto de 2025 respecto al año anterior (y un 20% en septiembre), a pesar de ser temporada baja. En alojamientos a corto plazo, el salto fue aún mayor: en agosto las reservas subieron un 174%, y para septiembre alrededor de 200% más que el año anterior.

Otros indicadores también reflejaron el impacto positivo. Por ejemplo, durante los primeros fines de semana de conciertos se registró un aumento del 25% en transacciones con tarjetas de crédito. Negocios locales – restaurantes, bares, taxis, tiendas de souvenirs – reportaron un flujo inusual de clientes en meses que típicamente son lentos para el turismo. En los alrededores del Coliseo, cada noche se montó una feria con música, puestos de artesanías y comida típica. Todo esto convirtió los conciertos en un atractivo turístico-cultural, posicionando al país en titulares internacionales y en redes sociales como lugar de encuentro para fans de todo el mundo y dando un gran impulso a la imagen de la isla.

Cada show involucró a cientos de trabajadores (técnicos, equipo de producción, personal de seguridad, acomodadores, etc.), muchos contratados localmente, lo que implica oportunidades en el sector del entretenimiento. Un estudio económico de la Universidad de Puerto Rico estimó incluso que los gastos del público en los conciertos generaron más de tres millones de dólares adicionales en recaudación de impuestos. Por su parte, la gobernadora de Puerto Rico reconoció públicamente el impacto económico positivo de la residencia, destacando que su administración no tuvo que hacer aportes financieros. En resumen, “No me quiero ir de aquí” fue un fenómeno que revitalizó la economía, promovió la cultura local y unió a la sociedad puertorriqueña en torno a la música y el orgullo patrio.

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